A partir de los 60 años de edad, las personas nos podemos encontrar con situaciones familiares muy satisfactorias, o por el contrario, muy adversas. Es prudente asegurarnos de que vamos a experimentar las primeras.
Algunas familias tienen un repertorio de reglas establecidas que se han ido convirtiendo en creencias que debilitan. En muchos casos son creencias que tenemos de manera inconsciente y no nos damos cuenta del daño que nos producen y de qué manera nos limitan e incluso acortan la vida física. El principal problema es que las aceptamos con la misma facilidad que aceptamos la ley de la gravedad. Por ejemplo, uno de nuestros bisabuelos podría creer y repetir con frecuencia que la vida es una lucha constante y sufrir es lo habitual. Si se trataba de una persona dinámica, activa e influyente, lo normal es que haya impregnado a sus descendientes con esa creencia y que la mayoría de ellos lo sigan afirmando hoy porque organizaron su vida a tenor de esa actitud y su vida sea un reflejo perfecto de lucha y sufrimiento.
Algunas reglas las establecemos por deducción ante ciertos efectos inmediatos durante nuestra infancia. Por ejemplo si la madre prefería a las personas tranquilas y calladas y criticaba a los ruidosos y charlatanes, quiza hemos deducido: “debo estar quieto y callado para que no me juzguen”. Si mientras jugábamos, nuestro padre medio borracho nos echó una bronca, podemos haber concluido que “jugar es sinónimo de dolor”.
Este tipo de reglas familiares nos debilitan y ponen límites a nuestra vida. Se forjaron en el pasado pero no sirven de guía para el presente porque bloquean el sentido de abundancia y gozo.
Sin embargo, esas reglas o leyes no escritas van pasando a la siguiente generación. Para identificarlas, puede analizar algunas de las más frecuentes:
- “A nosotras nos cuesta muchísimo perder peso”
- “Lo llevamos en los genes”
- “En nuestra familia no se nos dan bien los negocios”
- “Somos muy propensos a tal o cual enfermedad”
- “Tenemos muy mala suerte”
- “En esa familia son muy tacaños”
- “Todo lo conseguimos siempre con mucho esfuerzo.”
Otro tipo de creencias o reglas familiares son positivas y nos estimulan, nos hacen crecer y alargar la vida. Tenemos la libertad de elegir y seguir las que nos convienen y desechar las demás.
Las personas, los animales, las plantas y en general todo lo que está vivo, se encuentra siempre en uno de estos dos estados: el de crecimiento y circunstancialmente en un estado de protección y supervivencia. Cuando nos sentimos amenazados, atemorizados, perseguidos, abandonamos el estado o modo de crecimiento y nos refugiamos momentaneamente en el estado de protección.
Sin embargo, algunos aspectos de la vida moderna, dan lugar a que la mayoría de las personas se mantengan de manera permanente en el estado de protección, lo que provoca que no haya crecimiento. Por ejemplo, buena parte de la actividad política genera miedo (al paro, al terrorismo, a la oposición, a otros países, a nuestros enemigos, a la crisis, a nuestros competidores, a una pandemia, etc). Lo hace a través de sus aliados naturales que son los medios de comunicación. Cuando vivimos atemorizados, ya sea por reglas familiares limitadoras o por el miedo que sistematicamente nos inyectan los medios, no podemos crecer o desarrollarnos como seres inteligentes y creativos, porque estamos concentrados en protegernos.
Como personas mayores y conscientes de la importancia y del daño que esas reglas y esos miedos pueden continuar produciendo en las siguientes generaciones, podemos dar un giro para convertirlas en ideas que “fertilicen” y estimulen hacia el crecimiento y evitar que nuestros hijos y nietos vivan en un permanente estado paralizante de protección.
F. Javier González Martín