Ha comenzado el debate y la polémica en torno a la intención del gobierno de España de seguir los pasos de Holanda y Alemania y fijar la edad de jubilación en los 67 años. La primera pregunta a plantearse es ¿qué pinta un gobierno intentando decidir algo tan personal como la fecha en que yo deseo jubilarme? Lo siguiente que podemos ver es que quieran decidir cuando tengo que morirme.
Se llegue o no a materializar ese proyecto de jubilación a los 67 años, continuarán dándose injusticias sociales como que un trabajador autónomo que hace un trabajo físico arduo se jubile a los 67 mientras que un militar de oficina o un empleado de banca se pueda jubilar voluntariamente a los 53, porque el ejército se lo puede permitir o porque el banco en cuestión es una empresa con sobrados beneficios, cuando su trabajo administrativo puede seguir haciéndolo 30 años más.
Este falso debate sobre la jubilación, tanto si se convierte en ley como si no llega a serlo, se está articulando sobre una base equivocada que es la economía y los ideales partidistas, en vez de plantearse sobre la demografía y mejor aún sobre los avances de la ciencia en materia de longevidad.
Teniendo en cuenta que esos avances nos dibujan un futuro muy cercano con la mayoría de la población llegando a edades que se acercan o sobrepasan los cien años (actualmente en España nos estamos acercando a la cifra de 10.000 personas centenarias), en las próximas décadas, a una persona recién jubilada, le podremos preguntar con total coherencia ¿y tu qué quieres ser cuando seas mayor? Porque estará en el umbral de un periodo de unos 30 años más de vida activa con tiempo para elegir y cursar otra carrera universitaria, aprender algún oficio nuevo o bien ocupar su tiempo en alguna dedicación cultural, artística, consultiva, etc., con la gran ventaja de que podrá elegir, esta vez sí, lo que realmente le gusta hacer porque no estará coaccionado por la necesidad imperiosa de la ganancia inmediata y segura. Es posible que por fin pueda disfrutar de lo que hace.
Pocas personas dudarán en admitir que hoy ya no podemos mantener comportamientos regidos por patrones de una sociedad cuya esperanza de vida estaba en los 40 años durante el siglo XIX, cuando ahora en España tenemos una esperanza de vida que se ha duplicado y se sitúa en los 78 años para los hombres y los 84,3 para las mujeres. Tampoco parece lógico que el mundo laboral se siga estructurando en torno a la decisión de un dirigente alemán, el canciller Von Bismarck que al final del siglo XIX decidió situar en los 65 años la edad para jubilar al personal militar. El mundo laboral no es un ejército, ni los 65 años de edad son hoy lo mismo que en el siglo XIX cuando se arbitró en Alemania esa decisión y la esperanza de vida estaba en los 45 años. En aquellas circunstancias, la decisión de implantar la jubilación en los 65 años era una medida para evitar el pago de pensiones, ya que muy pocas personas la alcanzaban.
Por otra parte, el marco laboral que rige todavía en la mayoría de las fábricas y grandes empresas es el que diseñaron las industrias textiles británicas en los siglos XVII y XVIII ¿Tiene alguna lógica que nuestro mundo laboral y nuestro sistema de prestaciones sociales sigan ajustados a esos criterios de hace dos siglos? Y otra pregunta pertinente ¿Es constitucional negar el empleo a una persona mayor de 65 años o 67, por razón de su edad? La jubilación es en sí misma un importante logro social, pero cuando se convierte en obligatoria conforme a la edad y no del rendimiento laboral o las condiciones de cada persona, deviene una forma de discriminación.
Cabría aquí recordar que los artistas no se retiran porque la mayoría de ellos no tienen un trabajo o un empleo. Lo que tienen es una visión de la vida. Tampoco debemos olvidar que la mayoría de las obras de arte o descubrimientos científicos han sido realizadas por personas mayores de 60 años y la mayor parte de los premios Nobel va a parar a manos que llevan más de 60 años trabajando.
Esos artístas e investigadores nos parecerán quizá personas excepcionales con las que no podemos compararnos los ciudadanos de a pie. Sin embargo, su única excepcionalidad consiste en creer que la edad no es un obstáculo sino una ventaja para crear, para inventar para innovar. La premio Nobel italiana, la bióloga Rita-Levi Montalcini, activa en su laboratorio con 100 años cumplidos afirma: “La jubilación está destruyendo cerebros”
A quienes nacimos hace más de 60 años, nos enseñaron a competir con los demás, a llegar antes o más lejos que nuestros compañeros-as, a ser más ricos, más inteligentes. Nos han estado engañando, porque esa actitud no concuerda con nuestra capacidad de seres creativos y creadores. Las personas inteligentes no compiten con los demás para tener lo que otros tienen, sino que crean algo nuevo. La única competición legítima es la de nuestra mente capaz, nuestra mente disciplinada contra nuestra mente indisciplinada. Nos conviene comenzar a borrar los mitos sobre la vejez y sobre el trabajo como un castigo divino y plantearnos que jamás nos jubilamos de la vida. El tipo de trabajo que hacemos y cuando lo hacemos o dejamos de hacerlo, ha de ser una decisión propia y no del gobierno de turno.
La calidad de nuestra vida siempre depende de la calidad de las preguntas que nos hacemos y no de las decisiones de los políticos. Propongo algunas preguntas respecto a la jubilación y el envejecimiento de la sociedad:
¿Qué valores positivos aporta la vejez a la sociedad?
¿Qué cambios experimentará la sociedad cuando se valore y se admire la vejez?
¿Que tipo de expectativas pueden hacer de la vejez una etapa deseable y feliz?
¿Por qué las mejores obras de arte son mayoritariamente logros de personas de más de 60 años?
¿Qué actitudes y destrezas debemos desarrollar para tener una vejez activa, saludable y gozosa?
Quizá estemos obligados a aceptar una jubilación laboral injusta y prematura pero socialmente legal y aceptable. Sin embargo, no tenemos por qué jubilarnos de la vida presionados por el entorno. Esa es una decisión muy personal. Los efectos psicológicos de una jubilación anticipada forzada o una jubilación retrasada por ley pueden dar lugar a que una persona acelere su proceso de envejecimiento, comparada con otra que continúa activa en su profesión u oficio. Los aspectos negativos de ese proceso se inician en la mente y luego se reflejan en el cuerpo físico, cuando las células obedecen las órdenes que reciben de ir “apagando el sistema”.
F. Javier González
Comentarios