Si ha cumplido los 60, lea estas propuestas y haga del 2010 su mejor año.
La pregunta de si existe un secreto para la longevidad ya se puede responder afirmativamente: hay un secreto que está compuesto por muchos pequeños secretos que encontrará en mi libro Envejecer es bueno para la salud. Y si bien la respuesta completa la obtendrá con la lectura de la obra, le ofrezco algunas recomendaciones para vivir más de cien años y disfrutar de ese proceso.
1. Rebaje las calorías de su alimentación
Una de las pruebas demostrables para la prolongación de la vida es la restricción calórica, en otras palabras, comer sólo lo necesario. La dificultad estriba en definir lo que para cada persona es estrictamente necesario y eliminar lo superfluo que generalmente devendrá en perjudicial, pero en términos generales podemos empezar por dejar en el plato un 20 por ciento de la comida que nos han servido.
Un problema añadido es que para muchas personas de edad avanzada el comer se ha convertido en uno de los pocos placeres que les queda. Es cuestión de elección, podemos “disfrutar” de comer de todo y sin mesura y morir a los 75 o encontrar otros placeres menos nocivos, comer con moderación y vivir 25 años más.
Las pruebas clínicas nos muestran que las personas que comían un 25 por ciento menos de lo habitual durante tres meses tenían niveles más bajos de insulina en la sangre, temperatura corporal inferior y menos daños en el ADN. Tres factores directamente vinculados con la longevidad. Los alimentos ricos en antioxidantes, como la vitamina C y E y los beta-carotenos, retrasan el envejecimiento al eliminar los radicales libres.
2. No se convierta en una persona solitaria
Ser sociable constituye una de las mejores opciones para añadir años a su vida. Relaciónese con familiares, amigos, vecinos, incluso con animales de compañía, aunque estadísticamente el mayor aumento en la longevidad procede de la vida en matrimonio o una relación significativa equivalente.
El primero en observar este efecto fue William Farr en 1858. Este británico, padre y fundador de la demografía, comprobó que las viudas y los viudos tenían mayor riesgo de morir que sus amigos casados (de la misma edad). Los estudios concienzudos que se han hecho desde entonces muestran que el matrimonio puede añadir hasta siete años a la vida de un hombre y dos años a la de una mujer.
El contacto social en general favorece el desarrollo del cerebro y del sistema inmune, ambos factores esenciales para reforzar la salud y minimizar los riesgos de depresión.
3. Resida en un lugar saludable
En el mundo hay bastantes lugares donde la longevidad es habitual y el número de personas centenarias excede los diez por cien mil; incluso hay regiones donde los ancianos sobrepasan la cifra de jóvenes. El hecho de que existan regiones favorables a la longevidad, plantea la pregunta ¿qué clase de ambiente es más favorable para llegar a vivir más de cien años con salud?
Un estudio reciente realizado con las personas ancianas de Saint Louis, Missouri, demostró que algunos factores como la mala calidad del aire y unas calles sucias triplica la probabilidad de sufrir incapacidades físicas en la vejez. Por otra parte, una investigación del periódico escocés The Scotsman comprobó que las personas que residen en los barrios más pobres de Glasgow tienen una esperanza de vida de 54 años, treinta años menos que sus vecinos de los barrios más ricos de la misma ciudad.
Por tanto, aunque no desdeñemos nuestra herencia genética, el factor medioambiental contribuye a favorecer nuestra longevidad. También conviene recordar que el lugar físico donde residimos es de menor importancia que el ambiente personal que creamos con nuestro comportamiento. Con esto no le sugiero que repliegue sus bártulos y se mude a vivir a la isla de Okinawa, en Japón (el lugar del mundo con una longevidad más elevada), sino que viva al estilo en que se vive en aquella isla japonesa, donde todo se reduce a cuatro factores: la dieta, el ejercicio, la vida social y la vida psicoespiritual.
4. Cambie sus pensamientos y sus hábitos
Somos lo que pensamos y la suma de nuestros hábitos. Le propongo que deje de pensar que a partir de los 60 las personas tienen mermadas sus capacidades mentales, creativas, artísticas o intelectuales.
¿Quiere algunos ejemplos que demuestran lo contrario? Estas son sólo algunas de las personas que han demostrado estar en el más alto nivel de capacidad intelectual, artística y emocional a edades consideradas muy avanzadas: Pau Casals, a los 96 años estaba en plena capacidad creadora, igual que Picasso a los 91, Rubinstein a los 90, Victor Hugo, Goethe y Matisse a los 83, Platón, Kant y Verdi a los 80, Fleming a los 74, Pasteur a los 73, Wagner y Leibniz a los 70.
La capacidad intelectual y creativa no decrece ni depende de la edad. De hecho, la edad promedio de las creaciones más grandes de la humanidad se sitúa en torno a los sesenta años. Lo que necesitamos para mantener la inteligencia activa y creativa no es otra cosa que la fórmula C + P = I, que se traduce por Curiosidad, más Pasión, igual a Inteligencia.
Esta fórmula no tiene edad. Los niños la traen impresa en el ADN y la ponen en práctica de manera natural hasta que les vamos enseñando y condicionando para que no lo hagan. Sólo tenemos que desaprender ese condicionamiento, primero familiar y luego social, a fin de recuperar nuestra curiosidad y pasión originales.
5. Ejercite sus neuronas
Otro elemento fundamental es el uso de la inteligencia, sea elevada, normal o mediocre. Uno tras otro, todos los estudios realizados prueban que el uso de la inteligencia y de nuestras facultades mentales nos protege de la senilidad y otros estragos de la edad avanzada. Parece cada vez más evidente que el favorecer nuestras capacidades mentales puede tener al menos los mismos efectos que el uso de medicamentos contra la demencia senil.
No es preciso convertirse en un científico. Cualquier ejercicio mental desde la lectura al aprendizaje de algo nuevo o la interacción con personas diferentes puede favorecerle. Todo menos la inactividad, la visión pasiva de cualquier programa basura de la tele, la soledad o el aburrimiento.
6. Reír y sonreír
Gran parte de las personas centenarias tienen al menos una cosa en común: son personas en cuya compañía hay buen humor y risa. Tom Perls, del Centro de Estudios Centenarios de New England, afirma que una de las claves de la longevidad está en la capacidad para responder adecuadamente al estrés.
Una dosis moderada de estrés puede ser beneficiosa, pero si se convierte en un estrés agudo y permanente puede acortar la vida. Según informaciones del Instituto de Salud Mental de Delft, (Holanda), las personas ancianas que tienen una visión optimista de la vida disponen de un 50 por ciento menos de probabilidades de sufrir anomalías cardiovasculares.
La risa y la sonrisa reducen los niveles de cortisol. Por tanto, una vida con optimismo tiene muchas más posibilidades de alargarse. Como dijo la Sra. Jeanne Calment en su 110 cumpleaños: “En toda mi vida sólo he tenido una arruga en mi cuerpo y estoy sentada sobre ella”. La Sra. Calment, francesa, murió en 1997 a la edad de 122 años. Es la persona más longeva de la que se tiene constancia fidedigna hasta el presente.
7. Asegúrese de tener un motivo para vivir
Llegar a ser una persona centenaria no ha de ser un fin en sí mismo, sino el medio para poder iniciar los proyectos e ilusiones que aspira a realizar durante ese periodo apasionante de la vida. Es necesario saber y decidir qué vamos a hacer durante los 35 ó 40 años de vida nueva a partir de la jubilación laboral, establecida oficialmente en torno a los 65, o dicho en otras palabras preguntarnos ¿qué quiero ser cuando sea mayor?
Lo primero es impedir que el sistema de la seguridad social y el ministerio de trabajo decidan por nosotros y dicten cuándo y a qué nos dedicamos. Recuerde que no somos como un yogur con la fecha de caducidad impresa en el envase. Las opciones para llenar esos años con experiencias ilusionantes pueden ser casi infinitas.
Una manera de encontrar alguna quizá sea pensar en aquellas actividades, trabajos, aficiones, viajes, aventuras, relaciones, que siempre hemos querido hacer pero nos lo impedía el trabajo, los hijos, la hipoteca, el lugar de residencia o la precariedad económica.
Algunas personas optan por viajar o por deportes de aventura, otras por escribir libros, otras por relacionarse con personas nuevas y diferentes, otras por los estudios universitarios, otras aún por colaborar con ONGs para el servicio a las personas o pueblos desfavorecidos.
Cualquier cosa menos convertirse en la imagen estereotipada de la persona anciana, enferma, inútil, aburrida y solitaria que espera la muerte como una liberación fatal y absurdamente prematura.
F. Javier González
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