Si nos preguntamos ¿qué problema es más grave el de las drogas ilegales o el de las drogas legales o medicamentos? por inverosímil que parezca, en términos de vidas perdidas y del tremendo impacto que tienen sobre la salud y el bienestar, debemos constatar que los medicamentos son un problema más grave que las drogas ilegales.
Hay 50 millones de americanos que fuman y cualquier dosis regular de tabaco debe considerarse un perjuicio para la salud. Unos 30 millones de americanos abusan del alcohol. Más de 20 millones de americanos abusan de la cafeína y otros 20 millones abusan de las medicinas con receta. Es normal pensar que estas cifras se solapan, puesto que generalmente una persona que abusa de las medicinas, abusa también de otro tipo de droga legal. Con todo, la cifra de norteamericanos que abusan de una o más drogas legales no baja de los 76 millones, lo que presenta casi la mitad de la población adulta. Si ese es el estilo de vida que imitamos, preparémonos para vivir, a la vuelta de unos años, en un país con la mitad de los habitantes adultos abusando de drogas legales.
El efecto acelerador que estas medicinas y otras drogas legales tienen sobre nuestro organismo y en especial sobre el proceso de envejecimiento es negativamente abrumador. Comparémoslo con el abuso de drogas ilegales, que ninguna persona sensata duda ya en considerar perjudicial. Se cuentan en Estados Unidos seis millones de individuos adictos a las drogas ilegales “duras” como la cocaína y la heroína, mientras que otros 16 millones de americanos toman drogas ilegales de forma ocasional. Así pues, en términos numéricos, las consecuencias en la salud nacional son comparativamente menores.
El Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas (NIDA) indica que según datos referidos al año 2003 sabemos que más de seis millones de personas en EE.UU. utilizaron medicamentos con receta para fines no terapéuticos. Por otra parte el número de consumidores de productos farmacéuticos con receta se duplicó entre los años 1992 y 2003. En aquel país, el consumo de fármacos con receta adquiridos con fines lúdicos sobrepasa al resto de las drogas (excepto el cannabis). No obstante, el uso indebido y el tráfico de estos fármacos han aumentado en todo el mundo, según informes de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas. Sea cual sea la relevancia que le queramos dar a estos dos aspectos de los problemas de las drogas, la perspectiva más importante es la que nos permite ver el abuso de drogas, sean legales o ilegales, como parte de un mismo problema, que tiene sus raíces en la misma demanda de soluciones equivocadas para la ansiedad crónica. Cualquier diálogo o consulta sobre el problema de las drogas que ignore el abuso de los medicamentos y las drogas legales está condenado al fracaso.
El efecto de las drogas ilegales y las legales como el tabaco y el alcohol, junto con la venta de medicamentos, en el proceso de envejecimiento es absolutamente destructivo y son factores que desencadenan muchas muertes prematuras. Por un lado, los médicos, a base de tener que dedicar no más de tres minutos a cada paciente, sólo les da tiempo a rellenar una receta. Por otra parte, las prebendas y comisiones que reciben de la industria farmacéutica son demasiado tentadoras. El hecho indiscutible es que las farmacias y en especial los laboratorios fabricantes de medicinas son lisa y llanamente negocios con la única finalidad de vender productos que den beneficios.
Esta afirmación no nos descubriría nada nuevo si no indagamos más a fondo las estrategias que se utilizan para decidir qué medicinas se fabrican y cuales no, dónde se comercializan y cómo se estimula a los médicos para que las receten, por no citar ciertos casos flagrantes en que en vez de experimentar con animales de laboratorio, se sacan al mercado en determinados países o regiones del planeta para comprobar si tienen efectos secundarios, lo cual abarata muchísimo el trabajo de investigación, aunque ponga en peligro la vida, la integridad y la salud de miles de personas.
Es preciso hacer una distinción entre lo que es legal, lo que es legítimo y lo que siendo legal y legítimo es un auténtico escándalo inhumano. No podemos llamar de otra manera a los intereses que mueven a la industria farmacéutica a aumentar sus beneficios mediante la fórmula de hacer crónicas algunas de las enfermedades que serían perfectamente curables. El premio Nobel de Medicina de 1993, el químico e investigador británico Richard J. Roberts, se explicaba de esta manera tan clara en una entrevista que le hizo Lluís Amiguet, publicada en el periódico La Vanguardia de 31 de julio de 2007 y que reproduzco en sus partes directamente relacionadas con el tema:
“La investigación en la salud humana no puede depender tan sólo de su rentabilidad económica. Lo que es bueno para los dividendos de las empresas no siempre es bueno para las personas. La industria farmacéutica quiere servir a los mercados de capital, pero la farmacia no es cualquier industria, estamos hablando de nuestra salud y nuestras vidas y las de nuestros hijos y millones de seres humanos […] He comprobado como en algunos casos los investigadores dependientes de fondos privados hubieran descubierto medicinas muy eficaces que hubieran acabado por completo con una enfermedad […] pero dejan de investigar porque las farmacéuticas a menudo no están tan interesadas en curarle a usted como en sacarle dinero, así que esa investigación, de repente, es desviada hacia el descubrimiento de medicinas que no curan del todo, sino que hacen crónica la enfermedad y le hacen experimentar una mejoría que desaparece cuando deja de tomar el medicamento.
Es habitual que las farmacéuticas estén interesadas en líneas de investigación no para curar sino sólo para cronificar dolencias con medicamentos mucho más rentables que los que curan del todo y de una vez para siempre. Y no tiene más que seguir el análisis financiero de la industria farmacológica y comprobará lo que digo. Por eso le decía que la salud no puede ser un mercado más ni puede entenderse tan sólo como un medio para ganar dinero […] Se han dejado de investigar antibióticos porque son demasiado efectivos y curaban del todo. Como no se han desarrollado nuevos antibióticos, los microorganismos infecciosos se han vuelto resistentes y hoy la tuberculosis, que en mi niñez había sido derrotada, está resurgiendo y ha matado este año pasado a un millón de personas […] la medicina que cura del todo no es rentable y por eso no investigan en ella […] En nuestro sistema, los políticos son meros empleados de los grandes capitales, que invierten lo necesario para que salgan elegidos sus chicos, y si no salen, compran a los que son elegidos […] Al capital sólo le interesa multiplicarse. Casi todos los políticos -y sé de lo que hablo- dependen descaradamente de esas multinacionales farmacéuticas que financian sus campañas”.
Sobran los comentarios. Según la industria farmacéutica vivimos en una sociedad que aumenta el número de enfermedades. O dicho de otro modo, cuantas más enfermedades padezca la sociedad, mayor negocio. La doctora en farmacia Arancha Desojo advierte que “son las empresas farmacéuticas las que están empeñadas en ofrecer una visión pesimista de la salud, cuando lo que ocurre es que las enfermedades mortales disminuyen y la esperanza de vida se alarga constantemente”. Por su parte el científico y periodista Jörg Blech desenmascara los intereses ocultos de la industria farmacéutica en su libro “Los inventores de enfermedades” que fue número uno en Alemania y contiene las claves del funcionamiento de ese negocio multimillonario: “Los grupos farmacéuticos contratan a cientos de empresas especializadas en realizar ensayos, que a su vez colaboran con miles de médicos. Estos son finalmente los que reclutan a las personas en las salas de espera y reciben primas a cambio. Es la industria farmacéutica la que tiene en estos momentos un papel clave en la medicalización».
En primer lugar se crea el medicamento, a continuación se define la dolencia y se organizan congresos a los que invitan a los médicos para facilitarles la información de los estudios que han realizado ellos mismos y explicarles la nueva enfermedad creada y a qué tipo de pacientes va dirigido. Más tarde se ponen en marcha campañas publicitarias que incluyen anuncios propiamente dichos y anuncios con formato de artículos e información científica para que no parezcan publicidad, muchos de los cuales se nos muestran con formato de noticia incluso dentro de los espacios informativos de radio y en los telediarios.
En Estados Unidos, el gasto anual en medicamentos y cuidados médicos supera los dos billones de dólares, de los que más de la mitad son productos farmacéuticos, con unos beneficios netos que suelen superar el 30.000% debido a los bajísimos costes de las materias primas y los altísimos precios de venta, que en su mayoría los paga directamente el consumidor, ya que no existe un sistema de seguridad social como en los países europeos. Con esas cifras no debe sorprendernos que los miembros de lobbies o grupos de presión de la industria farmacéutica duplique al del número de diputados. Es decir que cada diputado americano tiene a su alrededor de forma casi permanente a dos personas encargadas de asegurarse de que las decisiones que tome el gobierno de la Casa Blanca favorezcan su negocio de medicamentos. Esta industria invierte unos cien millones de dólares anuales en campañas electorales y en el mantenimiento de los grupos de presión.
Por esta razón, se puede afirmar que los grupos de presión de la industria farmacéutica casi nunca “pierden” unas elecciones. Una evidencia de ello es que en los últimos ocho años el Congreso americano ha votado a favor más de 1500 resoluciones o leyes que se han presentado a la Cámara de Representantes, relacionadas con temas que afectan a los productos farmacéuticos. Estos datos que pueden sonar muy lejanos a nuestra realidad española, no lo son tanto cuando comprobamos que la mayoría de las empresas farmacéuticas son multinacionales que operan en todo el mundo y por supuesto en España. El dato importante a recordar es que para el negocio más productivo del mundo, que es el de la venta de medicamentos, la situación ideal no es el de una sociedad sana con las personas de edad avanzada viviendo muchos años con salud, sino el de una sociedad enfermiza, medicalizada en todas sus facetas y con unas personas mayores convencidas de que su vida depende de los productos farmacéuticos.
En la actualidad se puede afirmar que cada enfermedad tiene su medicamento y cada medicamento su enfermedad porque así lo exigen los accionistas de los gigantes farmacéuticos. La estrategia comercial necesita crear nuevas enfermedades a las que poder ofrecer alivio y ciertos procesos normales como el embarazo, el parto, la infelicidad, el cansancio, la ansiedad o la muerte tienen siempre un producto o fármaco a su servicio. Así pocas personas escapan a la “necesidad” de pasar por la farmacia. Toda circunstancia física, mental o espiritual se convierte en un síntoma que podemos eliminar o aliviar con un producto farmacéutico, sean unos kilos de más, una época de cierta ansiedad por una situación laboral o familiar tensa, sea prepararnos para tomar el sol del verano, los rigores del invierno, las alergias de la primavera o la tristeza del otoño, todo tiene un supuesto remedio en la farmacia. Una situación que nos lleva a pensar que nuestro cuerpo tendría que estar muy mal diseñado para necesitar tantos arreglos y reajustes constantemente, cuando la realidad es muy diferente y es la industria farmacéutica la que tiene una voracidad económica que sí que resulta bastante enfermiza en su afán de inventar nuevas enfermedades.
Una de las cuestiones que pone en evidencia los objetivos exclusivamente mercantilistas de la industria farmacéutica es su afán en desacreditar cualquier forma de curación y recuperación de la salud gratuita, que requiera el uso de productos, terapias o actividades que por sus características no puedan ser objeto de patente y por tanto de asegurar una rentabilidad. Además de recursos tan gratuitos y abundantes como el sol o la luz solar, podemos incluir la acupuntura, la meditación o el yoga, por no citar centenares de productos naturales y curativos que se ingieren con los alimentos. Resulta especialmente curioso que los rayos del sol, que son la principal fuente de vida, una fuente de salud y de vitamina D gratuita, inagotable y al alcance de todos, se haya convertido por la industria farmacéutica en un foco de riesgo para la piel del que tenemos que protegernos, evidentemente, con productos de venta en farmacias. Resulta escandalosa no solamente la capacidad de manipulación de quienes inventan esas patrañas, sino también la insensata credulidad de la mayoría de los consumidores.
Las acusaciones, denuncias e imputaciones sobre el particular proceden de todos los campos y de la misma forma que muchas de esas denuncias proceden de médicos e investigadores honrados de uno y otro sexo, también los encontramos entre los medios de comunicación. El periodista Alberto Sierra comenta con lucidez en un artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias: “La globalización ha permitido el desarrollo de una nueva forma de poder, la farmacocracia, capaz de decidir qué enfermedades y qué enfermos merecen tratamiento […] Lo hemos visto recientemente con la decisión adoptada por el Gobierno brasileño de romper la patente del Efarivenz, un antirretroviral comercializado por la multinacional Merck Sharp & Dhome. En Brasil, 75.000 de los 200.000 enfermos de sida toman este medicamento, que se considera de primera línea para combatir las infecciones de VIH. Merck vendía el fármaco en el país carioca a 1,65 dólares por unidad, mientras que un genérico con las mismas propiedades que el Efarivenz, como el fabricado en la India, cuesta 0,44 dólares, un 150% menos”.
El proceso de envejecimiento se ve sometido a las mismas reglas del juego y enfoque comercial. Las empresas farmacéuticas, algunos laboratorios de investigación y determinadas facultades de medicina perciben el envejecimiento de la población como un negocio muy rentable y tienen como objetivo “medicalizar” cualquiera de las sensaciones propias de esa etapa de la vida, además de clasificar, catalogar todas aquellas carencias, deficiencias, anomalías o situaciones que indefectiblemente pasarán a ser etiquetadas como enfermedades susceptibles de tener un producto patentado que se pueda comercializar con enormes beneficios. Primero nos etiquetan a partir de cierta edad como inservibles. A continuación etiquetan las enfermedades que ellos deciden que debemos tener.
F. Javier González
Comentarios