La frase del título, está incompleta y cobra su sentido real cuando añadimos «pero cada uno puede cambiar su mundo».
Los cambios demográficos que está produciendo la nueva longevidad, están cambiando la sociedad y a tenor de los mensajes que recibimos, no se percibe como un logro de la civilización, sino como una amenaza y también una oportunidad para que pueda medrar la llamada “silver economy” o economía de los mayores, también denominada en español economía de las canas, primero con una medicalización excesiva y luego adaptando las nuevas tecnologías a las necesidades de personas enfermas, débiles, frágiles y dependientes, que son las etiquetas que los “vendedores” de medicinas, de tratamientos, de revisiones médicas, ponen a las personas mayores de 65 años.
Ciertamente, entre el colectivo de personas que superan esa edad, hay un porcentaje en torno al 20 por ciento que responde a esas etiquetas, pero es evidente que el 80 por ciento, es decir la incontestable mayoría, se escapa de ese etiquetado y de ese estereotipo que tergiversa la realidad.
Según el CSIC, en España somos 8,5 millones de personas mayores de 65 años, de los que 2,1 millones son octogenarios y 18.000 son centenarios. La gran mayoría de esos ocho millones y medio de personas (más de 6 millones) no están enfermas ni son dependientes o frágiles y la tendencia es a que aumente el número de personas que superan los 65 años manteniendo una salud, un grado admirable de actividad e ilusión de vivir.
Longevidad saludable, autónoma y participativa
Cualquier persona que investigue de manera independiente y sin sesgos, la realidad del envejecimiento de la población, encontrará personas mayores de 65 años, activas, saludables, ilusionadas con sus proyectos, felices, colaborando con otras personas o grupos, optimistas, viajando, bailando, participando en actividades lúdicas de todo tipo, ayudando a su familia, incluso económicamente y ofreciendo su sabiduría acumulada a otros menos expertos, investigando en diversas ramas de la ciencia y recibiendo premios Nobel, mediante una longevidad que es saludable, autónoma y participativa.
La idea de que a partir de los 65 podamos lograr nuestros sueños, puede parecernos una rareza o una extravagancia, pero no olvidemos que, como dice A. Jodorousky: “El pájaro que ha nacido en una jaula, cree que volar es una enfermedad”
Pero el foco, por alguna razón, seguramente interesada, se dirige hacia la minoría frágil, enferma, dependiente y ociosa. Algunos dirán que esta minoría es la que necesita atención y ayuda. Ese razonamiento aunque comprensible es peligroso si se está ocultando una realidad mayoritaria que serviría de ejemplo y que ofrece actitudes a imitar. No se consigue la salud si nos centramos en la enfermedad, no se consigue la riqueza hablando de la pobreza, ni se alcanza la felicidad estudiando las desgracias.
Hoy es fácil demostrar que envejecer no es sinónimo de perder salud y que podemos mantenernos plenamente activos, pero ahora con la ventaja de elegir lo que nos gusta hacer, poniendo en marcha un segundo proyecto de vida y no solo entretenimientos para pasar el tiempo libre que tenemos al jubilarnos.
¿Ha probado a ser autodidacta?
Si tenemos en cuenta la frase del encabezamiento: “Nadie por si solo puede cambiar el mundo, pero cada uno puede cambiar su mundo”, habría que empezar por entender la diferencia entre ser educados por gobiernos que nos quieren como víctimas, como indecisos, temerosos y sin criterio propio y la educación autodidacta que nos aporta criterio y nos hace libres. Deberíamos evitar caer en la trampa de que primero nos eduquen para sentirnos víctimas y luego refuerzan ese sentimiento mostrándonos una edad adulta de personas débiles, enfermas y dependientes.
No pretendo negar la necesidad de que los gobiernos dediquen ministerios y recursos a las dos necesidades más perentorias que tenemos los humanos, como son la salud y la educación, porque siempre habrá sectores que necesitan ese apoyo, pero sin olvidar que para la gran mayoría, la salud ya la traemos “de serie” al nacer, solo necesitamos aprender a conservarla.
En cuanto a la educación o enseñanza también tenemos la capacidad, y ahora, como nunca antes, los medios técnicos para ser autodidactas y en todo caso contar con un tutor, no alguien que nos enseñe lo que él o ella sabe, sino que nos guíe a descubrir por nosotros mismos las realidades, y estar así libres de adoctrinamientos.
“Debemos permitirnos ser diferentes, darnos permiso para ser creativos, ya que nuestro sistema educativo muy raramente nos da permiso para serlo” P. Diamandis
Hacer cosas pequeñas
Estos comentarios pueden sonar muy exigentes en una edad en la que habíamos planeado estar más relajados y sin la presión de perseguir la excelencia, o de convertirnos en héroes o modelos de la sociedad. Cada persona puede elegir su grado de implicación pero sabiendo como dijo Napoleon Hill, que “Si no puedes hacer grandes cosas, haz cosas pequeñas de manera grandiosa”
Inteligencia espiritual
Finalmente, cuando hemos conseguido traspasar la barrera de los 65 es muy probable que hayamos superado las etapas preliminares de la inteligencia. La inteligencia intelectual, la inteligencia social, la inteligencia lingüística y es posible que incluso una de las más difíciles que es la inteligencia emocional, pero aún nos quedaría la más transcendente que es la inteligencia espiritual, un concepto que poco o nada tiene que ver con las llamadas creencias religiosas. Nadie lo ha expresado con mayor claridad que el poeta persa Rumí:
“La madurez espiritual es cuando se deja de tratar de cambiar a los demás y nos concentramos en cambiarnos a nosotros mismos”
F. Javier González
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