Cuando en nuestra cultura occidental hablamos de la felicidad, siempre aparece el conocido mito de que para ser feliz debemos tener salud, dinero y amor, que debió tener su punto de verdad en épocas pasadas, cuando la salud era un bien escaso, el dinero se concentraba en unos pocos y el amor iba a menudo ligado a ese dinero.
Hoy el paradigma ha cambiado y el precursor de la felicidad, especialmente en personas adultas y muy particularmente en mayores de 65 años, no es el dinero, ni el buen aspecto físico, ni la popularidad, ni una vida sexual intensa. También ha quedado desplazada la salud porque el 80 por ciento de los mayores de 65 y 70 años tienen salud y una expectativa de vida más allá de los 85 años.
Es la autonomía
Actualmente, la base de la felicidad se encuentra en el concepto de autonomía, definido como ese sentimiento de que mi vida, mis actividades y mis hábitos son los que yo he elegido.
El sentirse autónomo, sin depender de los demás ni de los recursos materiales ni de las ideas y creencias ajenas; saberse uno dueño de sus propios criterios, supera a los otros factores citados más arriba, según varios estudios llevados a cabo. Uno de ellos por el Journal of Personality and Social Psychology.
Por su parte, también la Universidad de Michigan, realizó una investigación por todo Estados Unidos, que confirma la prioridad de la autonomía personal, con un resultado incontestable. Un 15 por ciento de los estadounidenses consideran que tienen control personal sobre sus vidas y todos ellos estaban entusiasmados, expresando sentimientos de felicidad extraordinarios.
Otra manera de averiguar lo que conduce a la felicidad o a un sentimiento de bienestar social, es evaluar cómo nos sentimos al final de la vida y de qué nos arrepentimos cuando ya no hay marcha atrás.
¿De qué nos arrepentimos?
Bronnie Ware es una enfermera australiana que pasó varios años trabajando en cuidados paliativos con pacientes en sus últimos tres meses de vida y anotó en un blog las observaciones y comentarios de estos enfermos terminales. Cuando les preguntaba sobre cosas de las que se sintieran arrepentidos, o qué harían de otra manera si tuvieran una segunda oportunidad, la inmensa mayoría coincidía en dos respuestas:
1 – ¡ Ojalá no hubiera trabajado tanto !
2 – Me arrepiento de no haber tenido el valor de vivir mi propia vida y no la que otros me marcaron (de no haber tenido autonomía)
Otros especialistas citan la falta de autonomía en primer lugar, pero sea la primera causa de arrepentimiento o la segunda, es evidente que pocas personas sienten que pilotan el avión de su vida. Mas bien sienten que su avión va en piloto automático con un rumbo decidido por otros, si se me permite el símil.
No podemos confundir la autonomía con la absoluta libertad de hacer lo que nos apetece a cada momento. Vivir en sociedad nos brinda satisfacciones y una de ellas es la de ayudar, colaborar y servir a otras personas, a veces con menoscabo de nuestra propia comodidad, pero incluso eso deberíamos hacerlo por decisión propia y no como reacción a algo o alguien que nos obliga.
Cuando estamos en el atardecer de la vida es de suma importancia conservar o recuperar ese sentido de autonomía personal, porque como dice el psicólogo Angus Campbell “ser consciente de que controlas tu vida es un precursor de sentimientos positivos mucho más seguro que cualquier otro elemento que creíamos importante hasta ahora”.
La felicidad de las personas mayores
Sobre este mismo tema, vea nuestro artículo “La felicidad de las personas mayores” donde se destaca la importancia de las relaciones sociales, porque tener y disfrutar de autonomía no significa aislarse de los demás.
A partir de los 65 años, una de las facetas de nuestra vida, que literalmente nos roba nuestra autonomía o capacidad de decisión, es la absurda pero generalizada asimetría entre lo poco que conocemos nuestro cuerpo y lo mucho que creemos que lo conoce el médico. Al sentir que no podemos tomar decisiones sobre algo que no conocemos aunque vivamos dentro, dejamos todas las decisiones en manos ajenas y perdemos nuestra autonomía.
Lo que haría Newton con un móvil
Acostumbrados a dejar que nuestra vida esté basada en lo que piensan los demás, quizá nos sentimos incapaces, con más de 65 años, de aprender cómo funciona nuestro cuerpo, una noción que podría ser válida hace unas décadas, pero no hoy. Imagine simplemente qué hubiera podido lograr Hipócrates, el padre de la medicina en la antigua Grecia o Avicena (Ibn Sina) el otro padre de la medicina del mundo musulmán, o Newton con todas las bibliotecas y universidades del mundo concentradas en un pequeño dispositivo que hoy muchos sólo usan para hacerse un selfie o enviar un what’sapp.
Como dice Alvin Toffler: “Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender.”
Es cierto que no nos han enseñado a ser felices, incluso cuando las cosas no van bien, cuando estamos enfermos o en soledad, tampoco nos han enseñando a ver la muerte como algo inevitable, necesario, natural y ecológico, pero eso hoy tiene fácil remedio porque podemos aprenderlo solos y sin mucha ayuda.
Somos el programador, no el programa
Solemos decir, para justificar nuestro inmovilismo, “es que yo soy así”, pero en realidad no somos así, no somos el programa, sino el programador y podemos cambiar el “software” cuando queramos porque somos dueños de nuestros pensamientos, como afirman los estudios científicos y el biólogo Dr. Bruce Lipton
“No son las hormonas o los neuro transmisores los que controlan el cuerpo y la mente, sino que son nuestros pensamientos y creencias los que lo controlan”
Todo el tema relacionado con la felicidad nos lo han enseñado mal y necesitamos cambiar el orden y las creencias culturales generalizadas:
“No debemos hacer cosas para poder ser felices, debemos ser felices para poder hacer cosas” Vishen Lakhiani
F. Javier González
Investigador en gerontología
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