Podemos decidir nuestra longevidad

Guardado en: Artículos • Publicado el 17/12/2009 • 1 comentario

Vivimos en una contradicción entre dos aspiraciones. No queremos morir prematuramente, pero tampoco queremos envejecer y nos esforzamos por evitarlo usando productos y terapias para disimularlo. Si resulta imposible conciliar el deseo de cumplir muchos años y no querer envejecer, es inevitable prescindir de uno de ellos, porque la tensión psicológica que genera la colisión de ideas incompatibles, acaba por acelerar el envejecimiento.

La única alternativa razonable parece ser retrasar el envejecimiento, pero no exteriormente a base de maquillaje o cirugía estética, sino mediante un cuerpo sano y una mente activa, una vida saludable con una alimentación que regenere nuestras células y tejidos, pero también alimentando nuestra mente con un propósito, un proyecto y una ilusión por vivir. El elixir de la eterna juventud, no es que no exista, sino que está escondido en el único lugar donde a nadie se le ocurre buscar, que es nuestro interior.

Por su parte, las nuevas tecnologías, van a conseguir en poco tiempo alargar el promedio de vida hasta los 120 años. Al final seguirá esperando inexorable la muerte física, pero si vamos a poder retrasarla varias décadas, la relación vejez-muerte cambia totalmente, porque la vejez dejará de ser la antesala de la muerte para convertirse en un periodo prolongado lleno de actividades gozosas y satisfactorias. En realidad pueden llegar a ser los mejores años de nuestra vida.

Las personas tenemos tres edades: La edad cronológica, que es la que dice el DNI más los nueve meses de gestación; la edad biológica que tiene el cuerpo y la edad psicológica, que es la que sentimos. Como el envejecimiento es algo que ocurre primero en la mente, el factor determinante es la edad psicológica, por ser la que ofrece más posibilidades de revertir el proceso de envejecimiento. El ejercicio físico puede rehabilitar los efectos de la edad biológica, incluida la alta presión sanguínea, el exceso de grasa, un nivel de azúcar elevado y la reducción de masa muscular. Pero también somos las únicas criaturas que podemos cambiar nuestra biología con lo que pensamos y lo que sentimos, ya que nuestras células “escuchan” a nuestros pensamientos y se ven modificadas por ellos como si fueran órdenes que obedecen.

La mente, que en realidad está en todo el cuerpo -aunque dirigida desde el cerebro- influye sobre todas las células del cuerpo y se comunica con ellas. Eso hace que el envejecimiento pueda ser fluido y cambiante; puede acelerarse, demorarse, detenerse un tiempo y hasta revertirse.

También conviene recordar que creamos aquello en lo que pensamos y creemos. Así, en vez de creer que nuestro cuerpo decae con el tiempo, podemos nutrir la creencia de que nuestro cuerpo es nuevo a cada instante. En vez de creer que el cuerpo es una máquina desconectada de la mente y del espíritu, podemos alimentar la creencia de que el cuerpo está impregnado de la profunda inteligencia de la vida, cuya única finalidad es mantenernos con salud y vitalidad. Podemos recordar que somos una hebra de la red cósmica del universo y cuando nos sentimos unidos a esa red recuperamos la fuerza y la salud. Estas creencias no son sólo más gratas, más favorables para nuestra salud física y mental, además son ciertas y demostrables. El único secreto de la llamada “eterna juventud” es que sólo envejecemos cuando dejamos de jugar y de crecer. Como dijo Bernard Shaw “no dejamos de jugar porque nos hacemos viejos, sino que nos hacemos viejos porque dejamos de jugar”.

Mientras en nuestra mente continúen entrando percepciones y estímulos nuevos, el cerebro se expandirá sin ningún límite de edad. Si queremos cambiar nuestro cuerpo, para hacerlo más sano y más duradero, cambiemos o ampliemos primero nuestra conciencia. Todo lo que nos ocurre, incluido el envejecer, es el resultado de cómo nos vemos a nosotros mismos. Cada experiencia que uno tiene en la vida altera la anatomía del cerebro. El envejecimiento parece ser algo que nos está pasando cuando en realidad es algo que nuestro cuerpo ha aprendido a hacer. Ha aprendido a cumplir con la programación que nosotros, los programadores, le suministramos.

Aunque pensemos que envejecemos por simple desgaste, ninguna teoría del envejecimiento por desgaste ha resistido nunca un examen minucioso. Si el desgaste fuera la verdadera causa del envejecimiento sería buena estrategia pasarse la vida en la cama o en actitud de constante reposo. Sin embargo, el reposo prolongado es desastroso para nuestra fisiología. Los músculos en reposo pierden masa y los huesos pierden tejido.

Necesitamos eliminar algunos mitos sobre la vejez y admitir que vamos a vivir más años, saber cómo lo podemos hacer con salud y sin depender de los demás y de qué manera podemos vivir esos años regalados con ilusión, con un propósito, siendo útiles a la sociedad y encontrando sentido no solamente a la vida más larga, sino a la propia muerte cuando llegue con un retraso de 30 años sobre el horario previsto.

Ya contamos con los recursos necesarios para extender varias décadas nuestra existencia y no sería prudente seguir ignorando qué hacer con esos treinta o cuarenta años más. La ciencia ha cumplido su parte más difícil y a nosotros nos corresponde hacer lo fácil que es llenar de contenido jubiloso ese tesoro de valor incalculable que es vivir más allá de los cien años sin las carencias y limitaciones que habitualmente asociamos a la ancianidad.

Aunque sea una realidad cotidiana, nos puede parecer extraordinario el hablar a los 50 billones de células del cuerpo y que nos obedezcan. Todos podemos alterar la biología de nuestros cuerpos de los pies a la cabeza. Cuando nos sentimos muy felices, no somos la misma persona fisiológica que cuando nos sentimos deprimidos. En el preciso instante en que uno piensa “estoy contento” un mensaje químico traduce esa emoción en un pedazo de materia tan perfectamente sincronizado con el deseo correspondiente que cada célula del cuerpo aprende de esa felicidad y se une a ella. La ciencia ha conseguido hacer la vida más larga, nosotros tenemos que hacerla más ancha y luminosa.

F. Javier González Martín,

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