La vejez es el invento más grandioso de la humanidad, aunque quizá sería más exacto decir que la vejez nos ha inventado a nosotros. La edad avanzada de las personas ha ido transformando la manera en que nuestros ancestros más lejanos dieron a luz a su descendencia, cuidaron a sus niños y jóvenes, la manera en que convivieron y se alimentaron unos a otros.
Más adelante propulsó el desarrollo de la cultura, el lenguaje y la sociedad, pero no es esta la imagen que hoy tenemos de las personas de edad avanzada, porque vivimos en una constante paradoja o contradicción entre dos aspiraciones.
No queremos morir prematuramente y al mismo tiempo no queremos envejecer. Es más, nos esforzamos por evitar la vejez usando productos para intentar disimularla. Si resulta imposible conciliar el deseo de cumplir muchos años y el de no querer ser o parecer viejos, debemos prescindir de uno de ellos, porque esa tensión psicológica que se produce por el enfrentamiento de ideas incompatibles acelera el envejecimiento.
Una tercera opción es retrasar de verdad el envejecimiento y no sólo exteriormente a base de maquillaje o cirugía estética, sino mediante un cuerpo y una mente activos, una vida saludable con una alimentación que regenere nuestras células y tejidos y especialmente con un propósito y una ilusión por vivir. El elixir de la eterna juventud está escondido en el único lugar en donde a nadie se le ocurre buscar, que no es otro que nuestro interior.
Las nuevas tecnologías, van a conseguir en poco tiempo alargar el promedio de vida hasta los 120 años. Al final seguirá esperando inexorable la muerte de nuestra realidad física, pero si vamos a poder retrasarla varias décadas, la perspectiva de nuestra relación vejez muerte cambia totalmente, porque la vejez dejará de ser la antesala de la muerte para convertirse en un periodo prolongado lleno de actividades gozosas y satisfactorias. Las personas tenemos tres edades: La edad cronológica, que es la que dice el DNI más los nueve meses de gestación; la edad biológica que tiene nuestro cuerpo, según los signos vitales críticos y los procesos celulares y finalmente la edad psicológica, que es la que tenemos según nos sentimos.
El envejecimiento es algo que ocurre primero en la mente, por lo tanto el factor determinante es la edad psicológica, que es la que ofrece más posibilidades de revertir el proceso de envejecimiento. El ejercicio físico puede rehabilitar los efectos más típicos de la edad biológica, incluida la alta presión sanguínea, el exceso de grasa, un nivel de azúcar inadecuado y la reducción de masa muscular. Somos las únicas criaturas de la tierra que podemos cambiar nuestra biología por lo que pensamos y sentimos, ya que nuestras células escuchan constantemente a nuestros pensamientos y se ven modificadas por ellos.
Como la mente influye sobre todas las células del cuerpo y se comunica con ellas, el envejecimiento humano es fluido y cambiante; puede acelerarse, demorarse, detenerse un tiempo y hasta revertirse. Se trata de ser conscientes de que podemos reescribir nuestro futuro, sabiendo que el universo es generativo y que su ley básica es el crecimiento y la expansión. Tampoco nos vendría mal recordar que creamos aquello en lo que creemos, algo que podría plantearse con la afirmación “dime cuáles son tus creencias y te diré cómo es y cómo va a ser tu vida”.
En vez de creer que nuestro cuerpo decae con el tiempo, podemos nutrir la creencia de que nuestro cuerpo es nuevo a cada instante. En vez de creer que el cuerpo es una máquina desconectada de la mente y el espíritu, podemos optar por alimentar la creencia de que el cuerpo está impregnado de la profunda inteligencia de la vida, cuya única finalidad es mantenernos con salud y vitalidad.
Podemos recordar que somos una hebra de la red cósmica del universo y cuando nos sentimos unidos a esa red recuperamos la fuerza y la salud. Estas nuevas creencias no son sólo más gratas, más favorables para nuestra salud física y mental, además son ciertas y demostrables. El único secreto de la llamada “eterna juventud” es que sólo envejecemos cuando dejamos de crecer. Como dijo Bernard Shaw “no dejamos de jugar porque nos hacemos viejos, sino que nos hacemos viejos porque dejamos de jugar”.
Mientras en nuestro cerebro continúen entrando percepciones y estímulos nuevos, el cuerpo podrá responder de nuevas maneras y el cerebro se expandirá. Si queremos cambiar nuestro cuerpo, cambiemos o ampliemos primero nuestra conciencia. Todo lo que nos ocurre es el resultado de cómo nos vemos a nosotros mismos. Cada experiencia que uno tiene en su vida altera la anatomía del cerebro. El envejecimiento parece ser algo que nos está pasando cuando en realidad es, en gran parte, algo que nuestro cuerpo ha aprendido a hacer. Ha aprendido a cumplir con la programación que nosotros, los programadores, le suministramos.
Aunque al sentido común le guste sugerir que envejecemos por simple desgaste, ninguna teoría del envejecimiento por desgaste ha resistido nunca un examen minucioso. A diferencia de las máquinas, que se agotan por el exceso de uso, el cuerpo humano es capaz de mejorar cuanto más se lo utiliza. Si el desgaste fuera la verdadera causa del envejecimiento sería buena estrategia pasarse la vida en la cama o en actitud de constante reposo. Sin embargo, el reposo prolongado es desastroso para nuestra fisiología. Los músculos en reposo pierden masa muscular y los huesos pierden tejido óseo.
Este ensayo, tiene por objeto destruir algunos mitos sobre la vejez y ayudar a los lectores a afrontar esa etapa dorada de la vida con un talante alegre y esperanzado. A modo de inventario de intenciones, me propongo analizar en las páginas que siguen, por qué y cómo vamos a vivir más años, cómo lo vamos a poder hacer con salud y sin depender de los demás y a explicar de qué manera podemos vivir esos años regalados con ilusión, con un propósito, siendo útiles a la sociedad y encontrando sentido no solamente a la vida más larga, sino a la propia muerte cuando llegue con un retraso de 30 años sobre el horario previsto.
El problema no es que la vida sea corta, sino que esperamos demasiado para empezar a lograr lo que deseamos y nos merecemos. En cualquier caso hoy empezamos a contar ya con los recursos necesarios para extender varias décadas nuestra existencia y no sería prudente seguir ignorando qué hacer con esos treinta o cuarenta años más. La ciencia ha cumplido su parte más difícil y a nosotros los ciudadanos de a pie, nos corresponde hacer lo fácil que es llenar de contenido jubiloso ese auténtico tesoro de incalculable valor que es vivir más allá de los cien años sin las carencias y limitaciones que solemos asociar a la ancianidad.
El ser humano está compuesto por tres realidades que están íntimamente ligadas entre sí: el cuerpo, la mente y el espíritu. Estamos habituados a encontrar estas realidades explicadas por los especialistas en cada tema. Los médicos nos pueden enseñar el funcionamiento de nuestra fisiología, los psicólogos y psiquiatras el funcionamiento de nuestra mente y por último los filósofos, los místicos e incluso algunos artistas nos muestran la realidad trascendental o espiritual de nuestro ser. El problema de los especialistas es que cada vez son menos capaces de mostrarnos la complejidad del conjunto y la interconexión de esas tres realidades.
Por esa razón no debería extrañarle que quien intenta conectar y mostrar esa relación cuerpo-mente-espíritu, no sea un médico, un psicólogo o un místico que habitualmente sólo está familiarizado con una de las tres realidades, sino alguien que ha investigado durante muchos años esas tres facetas para presentarlas ahora como un conjunto armonioso que nos permite dar sentido a las décadas que nos esperan a partir de los 60 años, optimizando la capacidad física para mantener la salud y alargar la vida, teniendo una mente lúcida y creativa hasta el final y entendiendo y aceptando ese final como un renacer a una realidad nueva.
Es un hecho extraordinario que podamos hablar simultáneamente a 50 billones de células en su propio idioma y que nos obedezcan. Todos nosotros podemos alterar la biología de nuestros cuerpos de los pies a la cabeza. Cuando nos sentimos muy felices, no somos la misma persona fisiológica que cuando nos sentimos deprimidos. En el preciso instante en que uno piensa “soy feliz” un mensaje químico traduce esa emoción, la cual no tiene hasta ese instante existencia sólida, en un pedazo de materia tan perfectamente sincronizado con el deseo correspondiente que cada célula del cuerpo aprende de esa felicidad y se une a ella. La ciencia ha conseguido hacer la vida más larga, nosotros tenemos que hacerla más ancha y luminosa.
Como dijo el Secretario General de Naciones Unidas en el transcurso de la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, celebrada en Madrid en 2002: “El envejecimiento es una revolución silenciosa que va mucho más allá de los aspectos demográficos, y tiene grandes consecuencias económicas, sociales, culturales, psicológicas y espirituales […] Decididamente, el envejecimiento ya no es sólo un problema del primer mundo. Lo que era un asunto secundario en el siglo XX lleva camino de convertirse en tema dominante en el siglo XXI”.
F. Javier González Martín
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