Me complace informar a los futuros lectores de este libro, que el conocido presentador y experto comunicador en temas de salud Ramón Sanchez-Ocaña ha redactado el prólogo de mi libro «Envejecer es bueno para la salud». Además del índice de contenidos, a continuación ponemos a vuestra disposición este prólogo.
Envejecer es la única forma de vivir muchos años. Y cuando se ve en el entorno que mucha gente se dedica a una inútil pelea contra el calendario, surge la pregunta: ¿no sería mejor dedicarse a comprender el paso del tiempo, a aceptarlo, a asumirlo y sobre todo, a prepararnos para ello?
La edad la marca el cerebro y no los años. Y esta verdad que a veces asumimos, solemos aceptarla demasiado tarde. Ese es nuestro error, porque a envejecer se aprende. Y quizá una de las asignaturas básicas sea esta que tiene ahora en sus manos en forma de libro. Porque como dice su autor, F. Javier González Martín, el elixir de la eterna juventud no hay que buscarlo entre pócimas misteriosas ni ungüentos extraños: está en nosotros mismos. Deberíamos ir a clase para aprender envejecimiento. No ya la cuestión física que se nos puede explicar con la oxidación y los radicales libres, sino convenciéndonos de que al llegar a esa incierta cierta edad nos situamos mas en un comienzo que en un final.
Hay algo que me ha impresionado en este texto que nos va a ayudar a sentirnos mas jóvenes. Y es la hermosa pregunta que se le hace a un prejubilado de 60 años: ¿Y tu qué quieres ser de mayor?
Puede sonar a fantasía, pero esa realidad la vamos a ver dentro de muy poco tiempo y especialmente, si se aplica toda la filosofía y la ciencia que se recoge en estas páginas.
Un proverbio chino dice “la familia que tiene un anciano, tiene una joya” y evidentemente, no lo afirman por la antigüedad de la joya. Por eso mismo en aquel país de cultura milenaria, cuando se le pregunta la edad a un anciano se hace una reverencia y se le dice:
– ¿Cuál es su gloriosa edad?
A toda edad le ponen el adjetivo de gloriosa, porque en su filosofía si eres joven, te queda mucho por vivir y si eres mayor -mas de los cincuenta- ya empiezas a merecer la gloria, pero no por lo que has vivido, sino por lo que eres capaz de enseñar.
Hay un dato que me parece dramático: tan sólo dos de cada cien ancianos españoles tiene una visión positiva de la vejez. Los demás consideran que sobrepasar la tercera edad es algo negativo. Uno pierde fuerzas, no se siente como antes, no está bien, uno ve la muerte cerca. empieza a fallar la máquina corporal y las preocupaciones económicas y emocionales invaden todo. No hay sitio para esa otra visión de que cuando se cumplan los 65 uno va a tener todo el tiempo para si mismo, para hacer todo aquello que alguna vez soñó y que fue aparcando en algún rincón del cerebro para cuando tuviera tiempo. Esa serie de lecturas, esa posibilidad de iniciarse en la pintura, en la encuadernación, en entender de vinos o en admirar colecciones de algo, se han quedado en un mero deseo insatisfecho. En la vejez somos dueños absolutos de nuestro tiempo. Que no hayamos aprendido a utilizarlo, parece un contrasentido. Por eso creo que asumir el empeño de aprender a envejecer es muy interesante. Yo estoy en ello y estoy seguro que en este caso, como en otros muchos, también es cierto eso de que más vale prevenir.
Uno tiene la sensación –o la seguridad- de que algo falla. Porque lo que parece evidente es que la vejez no llega de golpe. No es verdad que uno se levante un día, se mire al espejo y saque la conclusión inmediata: Ya soy viejo. No, no se envejece de repente. Hay un síntoma significativo. Vamos quitando alas a todo lo que es proyecto. Como si además de poner gafas a nuestros ojos de mirar, pusiéramos gafas también a nuestros ojos de soñar. Y en vez de proyectar, de imaginar, de pensar en el futuro, nos fuéramos apagando y tras unos años de solo ver presente, dedicáramos nuestro tiempo a recurrir al pasado. A recordar, vestidos de nostalgia, lo que quisimos ser, lo que fuimos o lo que creímos ser.
Hay más rasgos de vejez. Quizá el primero sea ese convencimiento íntimo que te indica que muchos sueños son vanos, porque esa otra vida que algunas veces imaginaste, ya nunca podrás llevarla a cabo. Y hay también, debemos reconocerlo, un entorno que nos lo indica. Un entorno de gente mayor, de amigos que se van -incluso mas jóvenes- que es algo que te empieza a confirmar que la muerte, según los años, deja de ser algo lejano o imposible.
En cualquier caso, la vejez nunca llega de repente. Y creo que sería un empeño interesante ser conscientes de ello y tomar medidas para prepararnos. Nos entrenamos para muchas cosas, nos preparamos para nuestra profesión, aprendemos a conducir, nos entrenamos para salir, para vestir, para comer y para todo, y sin embargo, ignoramos que hay una preparación para ser viejo.
Bien, pues este es el momento. Lea despacio y aproveche para sacar partido a lo que nos enseña F. Javier González Martín.
Quizá podamos ser, usted y yo, los primeros de esta generación en cumplir los 110 y con salud.
Partamos de un convencimiento pleno, como nos demuestran estas paginas: quizá no vivamos muchos más años, pero lo seguro es que los que vivamos, tendrán mejor calidad. En otras palabras, lo que este libro viene a demostrar es que podemos detener la velocidad del envejecimiento, o dicho de otra manera, que podemos envejecer más despacio, y que en buena parte depende de cuando empecemos a preocuparnos por la vejez. Porque como en todo, cuanto más precoz sea el remedio que le pongamos, mejores resultados se podrán obtener. No se trata de enmendar la naturaleza, sino de enseñar al organismo su camino. Incluso hay un aspecto básico que solemos descuidar hasta la desesperación: Mucha gente cuida su cuerpo, va a gimnasios, hace deporte para mantenerse en forma. Y hace bien. ¿Pero qué hacemos para mantener ágil y en forma nuestro cerebro?. ¿Qué gimnasia mental le proporcionamos para que él también esté en forma? Ninguna… Y se puede afirmar que el ejercicio cerebral es el mejor seguro para que funcione correctamente.
Lea, estudie este libro. Y aplique los primeros consejos para tener hábitos saludables. Recuerde por ejemplo, que sólo con aumentar la ingesta de verduras y disminuir la de grasas animales puede reducir la incidencia de cáncer hasta en un 20 por 100. La falta de ejercicio físico, el consumo de tabaco y de alcohol son hábitos que deberíamos cambiar. El sedentarismo contribuye de manera notable a las cifras de mortalidad general. En las estadísticas americanas, que valoran todos los parámetros posibles, se dice que es el sedentarismo el que contribuye al 12 por 100 de todas las muertes que ocurren en el país.
Y hay ejemplos concretos. Durante los dos primeros tercios de siglo XX, tanto la incidencia como la mortalidad por problemas cardiovasculares experimentó un aumento progresivo y continuado en Estados Unidos. Sin embargo, durante los últimos 40 años se observa un significativo descenso. Y los epidemiólogos señalan como principales razones las campañas contra el tabaco, la reducción de los niveles de colesterol y el control de la hipertensión arterial.
Cuanto antes pongamos en práctica lo que nos enseña este libro, mejores resultados vamos a obtener. No es un sueño pensar que quizá nosotros inauguremos la generación que cumpla como algo natural los 110 años.
Estas páginas nos proporcionan, además, una inyección de optimismo.
Ramón Sánchez-Ocaña