Las mujeres en el poder
El poder femenino
Por F. Javier González Martín
Artículo publicado en Part Forana (Mallorca) el 8 de noviembre de 2007
Benazir Bhutto acaba de regresar a su país Pakistan tras ocho años de exilio para volver como primera ministra, posición que ya ocupó en dos ocasiones. En diciembre de 1988 se convertía en la primera mujer jefa de gobierno de un estado islámico. Quizá sea el momento de examinar nuestros estereotipos sobre la mujer y también sobre el islam porque otra mujer Megawati Sukarnoputri (hija de Sukarno) fue la dirigente de Indonesia, el país musulmán más grande del mundo entre 2001 y 2004 y se espera que busque una reelección en 2009.
Mientras continúa la llamada “revolución azafrán” de los monjes en Myanmar (Birmania) la Sra. Aung San Suu Kyi que recibió el premio Nobel de la paz en 1991, continúa bajo arresto 16 años después, como prisionera de conciencia por estar a favor de la democracia de su país y defender la resistencia no violenta. La Sra. Suu Kyi de acuerdo con los resultados electorales de 1990 debería estar ocupando el cargo de primera ministra, pero su detención por la junta militar se lo impidió.
Mary Robinson, la que fuera presidenta de Irlanda de 1990 a 1997, preside ahora el Consejo Mundial de las Mujeres Gobernantes, entre cuyas integrantes están la Canciller alemana Angela Merkel y la presidenta del Chile Michelle Bachelet. En noviembre está prevista una cumbre de 75 líderes mundiales femeninas para tratar los problemas que afectan a la mujer, centrado de manera especial en la seguridad de los seres humanos. Este Consejo Mundial de Mujeres Gobernantes es una red de mujeres que son o han sido presidentas o primeras ministras de sus países. El Consejo cuenta actualmente con 35 miembros y sus iniciativas ministeriales constituyen una voz colectiva para las mujeres ante las más altas esferas.
Actualmente tenemos en el mundo once mujeres que son jefas de estado, presidentas o primeras ministras: Michelle Bachelet en Chile, Helen Clark en Nueva Zelanda, Luisa Diogo en Mozambique, Ellen Johnson-Sirleaf en Liberia, Tarja Kaarina Halonen en Finlandia, Gloria Macapagal-Arroyo en Filipinas, Mary McAleese en Irlanda, Angela Merkel en Alemania, Han Myung-Sook en Corea del Sur, Pratibha Patil en India y Aung San Suu Kyi en Birmania (bajo arresto).
Las mujeres ante los conflictos reaccionan intentando evitar la guerra. Si no lo consiguen intentan la estabilización después de los acuerdos de paz porque tienden a ver a todo el país como su familia y no quieren ver morir a sus hijos ni enviarlos a matar a los hijos de otras madres.
Quizá pueda sorprender a muchos el conocer que una institución británica tan aparentemente exclusiva de los hombres como la British House of Lords o Cámara de los Lores, nombró en octubre de 2003 a Valerie Amos -una mujer de color nacida en Guayana- como presidenta de esa tradicional Cámara. Recientemente el nuevo primer ministro británico Gordon Brown la ha nombrado Representante Especial de la Unión Europea ante la Unión Africana.
Las mujeres ante los conflictos reaccionan intentando evitar la guerra. Si no lo consiguen intentan la estabilización después de los acuerdos de paz porque tienden a ver a todo el país como su familia y no quieren ver morir a sus hijos ni enviarlos a matar a los hijos de otras madres. En los conflictos entre Israel y Palestina o en Iraq son las mujeres de ambos bandos las que más se esfuerzan por poner en práctica iniciativas de paz y de mostrarse públicamente unidas por encima de los enfrentamientos bélicos y mediáticos.
No es necesario recurrir a la historia para traer a la memoria lo que ha significado y significa aún el poder masculino. Lo que se puede englobar dentro del llamado mito masculino ha sido el recurrir a la religión, a la interpretación y tergiversación de los textos sagrados para erigirse en dueños y señores del ámbito religioso y justificar las cruzadas o la jihad islámica; organizar invasiones, conquistas violentas, aniquilaciones y guerras para extender su dominio territorial, comercial y cultural; crear un sistema legislativo, educativo, comercial y de esparcimiento basado en la confrontación, organizar el mundo políticamente en una permanente dicotomía de buenos y malos donde la mayor violencia o el mayor poderío militar prevalezca; organizar el comercio de manera que los humanos se conviertan en consumidores compulsivos y finalmente, para favorecer y mantener todas esas tendencias y hábitos sociales, crear un sistema de medios de comunicación que las ensalzan, las justifican, las apoyan y las perpetúan mediante la difusión permanente de lo negativo como imagen real y exclusiva del mundo, en tanto que por otra parte, se anestesia la capacidad pensadora y creativa de las personas mediante la difusión de la mediocridad como modelo a seguir. Es indudable que el concepto de poder desde la perspectiva masculina difiere mucho del concepto de poder según la mentalidad femenina.
Según la Unión Interparlamentaria, las mujeres componen sólo un 16,6% de los puestos legislativos en Asia, no muy alejadas del promedio mundial que está en 17.4%, aunque a bastante distancia de los países escandinavos donde se llega al 41,6 por ciento. Cuantas más mujeres ocupen puestos legislativos y empresariales, más mujeres se sentirán animadas a entrar en esos terrenos de los que hasta ahora el “mito masculino” las mantenía apartadas. No nos engañemos, la feminidad, los valores representativos de la mujer no podemos limitarlos a la sensibilidad, la maternidad y mucho menos la pasividad. Es necesario volver a descubrir y a poner sobre el tapete su capacidad creadora y transformadora.
Por F. Javier González Martín, escritor. Autor de El fin del mito masculino
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